“Si discute usted, y pelea
y contradice, puede lograr muchas veces un triunfo, pero será un triunfo vacío,
porque jamás obtendrá la buena voluntad del contrincante”
-Benjamín Franklin-
Si quiere usted conocer unos
excelentes consejos de cómo tratar a las personas, de dominarse y mejorar su
personalidad. Le propongo nos remitamos a un fragmento de la autobiografía de Benjamín
Franklin. Es -según Dale Carnegie- “una de las obras más fascinantes que se han
escrito”, un clásico en la literatura norteamericana.
En un capitulo que relata los
primeros años de su vida, Franklin narra cómo triunfó sobre el hábito inútil de
discutir y se transformó en uno de los hombres más capaces, suaves y
diplomáticos que figuran en la historia de los Estados Unidos.
Un día, cuando Franklin era un
jovenzuelo arrebatado, un viejo pastor cuáquero, amigo suyo, lo llevó a un
lugar privado y le descargo unas cuantas verdades, algo así como esto:
Ben, eres imposible, tus opiniones son como una cachetada para quien
difiere contigo. Tan es así que ya a nadie interesan tus opiniones, tus amigos
cada vez la pasan mejor cuando no estas con ellos, sabes tanto que nadie te
puede decir nada, tan es así que nadie va a intentarlo siquiera porque ese
esfuerzo solo le produciría incomodidades y trabajos. Por tal razón es muy probable
que jamás llegues a saber más de lo que ya sabes ahora, que es muy poco.
Terminó diciendo el cuáquero.
Uno de los rasgos más nobles que
ha tenido Benjamín Franklin es la forma, a mi juicio, como él acepto esta
dolorosa lección. Tenía ya edad suficiente y bastante cordura para saber que
era exacta, que si seguía como hasta entonces solo podía llegar al fracaso y a
la catástrofe social.
Franklin dio pues una media
vuelta y comenzó a modificar su actitud insolente, llena de prejuicios.
“Adopte la regla” – refiere Franklin
en su biografía – “de eludir toda contradicción directa de los sentimientos de los demás y toda
afirmación positiva de los míos, hasta me prohibí el empleo de aquellas
palabras o expresiones que significan una opinión fija, como; por cierto, indudablemente, etcétera. Y
adopte en lugar de ellas; creo, entiendo
o imagino que una cosa es así o así me parece por el momento. Cuando una
persona aseguraba algo de lo que a mi juicio era un error, yo me negaba el
placer de contradecirlo abiertamente y de demostrar enseguida algún absurdo en
sus palabras y al responder comentaba que en ciertos casos o circunstancias su
opinión sería acertada pero que en el caso presente me parecía que había cierta
diferencia”
“Pronto advertí los beneficios de
este cambio de actitud” – continúa Franklin – “las conversaciones que entablaba
procedían más agradablemente, la forma modesta en que exponía mis opiniones,
les procuraba una recepción más pronta y con menos contradicción. Me veía menos
mortificado cuando notaba que estaba en un error y conseguía más fácilmente que
los otros admitieran sus errores y se sumaran a mi opinión cuando era justa”.
“Y esta manera de actuar, que al
principio emplee con cierta violencia en cuanto a las inclinaciones naturales,
se hizo con el tiempo tan fácil y fue tan habitual, que acaso en los últimos 50
años, nadie ha escuchado de mis labios una expresión dogmática y a esta
costumbre después de mi carácter de integridad considero deber principalmente
el hecho de que tuve tanto peso ante mis
conciudadanos cuando propuse nuevas instituciones o alteración de las antiguas,
y tanta influencia en los consejos públicos cuando fui miembro de ellos. Porque
yo era un mal orador, jamás elocuente, sujeto a mucha vacilación en la elección
de las palabras, incorrecto en el idioma y sin embargo, hice valer mis
opiniones”.
¿Qué resultado dan en los negocios los métodos de Benjamín Franklin?
Se pueden resolver problemas
delicados cuando en una empresa, por ejemplo; usted puede tener la razón y sus
jefes no. Evita uno despojar de la auto-dignidad a sus jefes y brindarles una
decorosa salida para que ellos (sus jefes) acepten que usted probablemente tiene
razón.
En otros casos, usted puede convencer a un cliente de que está en un error, sin evidenciarlo directamente.
Pensemos entonces que
preferimos tener; ¿una buena victoria, académica, teatral o la buena voluntad
de una persona?
Muy pocas veces, como bien lo
sabía Benjamín Franklin, obtendremos las dos cosas.
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