INTENCION

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miércoles, 13 de enero de 2016

UNA LECCIÓN DE DIPLOMACIA



“Si discute usted, y pelea y contradice, puede lograr muchas veces un triunfo, pero será un triunfo vacío, porque jamás obtendrá la buena voluntad del contrincante”
-Benjamín  Franklin-
 

Si quiere usted conocer unos excelentes consejos de cómo tratar a las personas, de dominarse y mejorar su personalidad. Le propongo nos remitamos a un fragmento de la autobiografía de Benjamín Franklin. Es -según Dale Carnegie- “una de las obras más fascinantes que se han escrito”, un clásico en la literatura norteamericana.

En un capitulo que relata los primeros años de su vida, Franklin narra cómo triunfó sobre el hábito inútil de discutir y se transformó en uno de los hombres más capaces, suaves y diplomáticos que figuran en la historia de los Estados Unidos.

Un día, cuando Franklin era un jovenzuelo arrebatado, un viejo pastor cuáquero, amigo suyo, lo llevó a un lugar privado y le descargo unas cuantas verdades, algo así como esto:

Ben, eres imposible, tus opiniones son como una cachetada para quien difiere contigo. Tan es así que ya a nadie interesan tus opiniones, tus amigos cada vez la pasan mejor cuando no estas con ellos, sabes tanto que nadie te puede decir nada, tan es así que nadie va a intentarlo siquiera porque ese esfuerzo solo le produciría incomodidades y trabajos. Por tal razón es muy probable que jamás llegues a saber más de lo que ya sabes ahora, que es muy poco. Terminó diciendo el cuáquero.

Uno de los rasgos más nobles que ha tenido Benjamín Franklin es la forma, a mi juicio, como él acepto esta dolorosa lección. Tenía ya edad suficiente y bastante cordura para saber que era exacta, que si seguía como hasta entonces solo podía llegar al fracaso y a la catástrofe social.

Franklin dio pues una media vuelta y comenzó a modificar su actitud insolente, llena de prejuicios.

“Adopte la regla” – refiere Franklin en su biografía – “de eludir toda contradicción directa  de los sentimientos de los demás y toda afirmación positiva de los míos, hasta me prohibí el empleo de aquellas palabras o expresiones que significan una opinión fija, como; por cierto, indudablemente, etcétera. Y adopte en lugar de ellas; creo, entiendo o imagino que una cosa es así o así me parece por el momento. Cuando una persona aseguraba algo de lo que a mi juicio era un error, yo me negaba el placer de contradecirlo abiertamente y de demostrar enseguida algún absurdo en sus palabras y al responder comentaba que en ciertos casos o circunstancias su opinión sería acertada pero que en el caso presente me parecía que había cierta diferencia”

“Pronto advertí los beneficios de este cambio de actitud” – continúa Franklin – “las conversaciones que entablaba procedían más agradablemente, la forma modesta en que exponía mis opiniones, les procuraba una recepción más pronta y con menos contradicción. Me veía menos mortificado cuando notaba que estaba en un error y conseguía más fácilmente que los otros admitieran sus errores y se sumaran a mi opinión cuando era  justa”.

“Y esta manera de actuar, que al principio emplee con cierta violencia en cuanto a las inclinaciones naturales, se hizo con el tiempo tan fácil y fue tan habitual, que acaso en los últimos 50 años, nadie ha escuchado de mis labios una expresión dogmática y a esta costumbre después de mi carácter de integridad considero deber principalmente el  hecho de que tuve tanto peso ante mis conciudadanos cuando propuse nuevas instituciones o alteración de las antiguas, y tanta influencia en los consejos públicos cuando fui miembro de ellos. Porque yo era un mal orador, jamás elocuente, sujeto a mucha vacilación en la elección de las palabras, incorrecto en el idioma y sin embargo, hice valer mis opiniones”.






¿Qué resultado dan en los negocios los métodos de Benjamín Franklin?

Se pueden resolver problemas delicados cuando en una empresa, por ejemplo; usted puede tener la razón y sus jefes no. Evita uno despojar de la auto-dignidad a sus jefes y brindarles una decorosa salida para que ellos (sus jefes) acepten que usted probablemente tiene razón.

En otros casos, usted puede convencer a un cliente de que está en un error, sin evidenciarlo directamente.

Pensemos entonces que preferimos tener; ¿una buena victoria, académica, teatral o la buena voluntad de una persona?

Muy pocas veces, como bien lo sabía Benjamín Franklin, obtendremos las dos cosas.

 


 

1 comentario:

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